Jhoana Mortera estudia en la Universidad Andrews. Credit: Courtesy Jhoana Mortera
Mi nombre es Jhoana Mortera, tengo diecinueve años y mi deseo es llegar a ser médica misionera. Desde que estudiaba en la escuela secundaria en el estado de Tamaulipas, México, había tenido siempre el deseo de estudiar en la Universidad Andrews. Cuando llegó el momento de hacerlo, oré mucho al Señor y le dije que, si Él quería que fuera, que por favor abriese las puertas.
Al ver la realidad y hacer la suma de cuánto tendría que pagar para estudiar en dicha universidad, me di cuenta de que era una fuerte cantidad de dinero y que no podría pagarla. Decidí entonces ir a trabajar al estado de Arizona en los Estados Unidos. Trabajé diez horas diarias en una compañía para poder comprar mi boleto de avión y tener algo de recursos para la universidad. Al final del verano, regresé a mi casa y antes de irme, mis padres me dijeron lo siguiente: ‘’El miedo paraliza, pero la fe mueve montañas’’.
Entonces decidí hacer esta aventura por fe, sabiendo que Dios iba a proveer. Fue difícil despedirme de mis padres en la frontera, ya que ninguno de ellos podía acompañarme debido a que las fronteras estaban cerradas a causa de la pandemia. Cuando me di vuelta, derramé algunas lagrimas, pero seguí con la frente en alto porque iba a perseguir mis sueños y sabía que Dios estaba a mi lado.
Al llegar a Andrews una de las cosas que más me preocupaba era la situación financiera. Todo parecía fácil cuando veía a algún padre de familia deslizar su tarjeta de crédito en la caja, y sus hijos quedaban inscritos sin ningún problema. Yo sabía que ellos eran también Hijos de Dios y que él bendice de maneras diversas. Estaba lista para descubrir cómo iba Dios a actuar en mi vida. Oré silenciosamente y le dije al Señor: ‘’Tú me trajiste hasta este lugar, aquí estoy. Dime qué es lo que debo hacer’’.
Los primeros tres días no tuve ninguna respuesta de Dios y eso me desesperaba. Una tarde uno de los asesores financieros me llamó a su oficina y estudiamos de qué manera podría pagar mi matrícula escolar. Esa misma noche la amiga con quien me estoy hospedando me puso en contacto con una persona que me pudiera dar trabajo mientras estudiaba. Me quedé asombrada de cómo Dios pone a ciertas personas en el camino para ser de bendición en el momento que sea necesario. Me siento tan feliz que solo me queda agradecer a Dios por darme la oportunidad de estudiar aquí, en una institución adventista.
Aunque hoy en este lugar solamente empieza este sueño, tengo la confianza de que no estoy sola. No ha sido fácil dejar a mi familia y venirme a lo desconocido sin suficientes recursos. Sin embargo, los actos de fe se hacen con los ojos cerrados y cuando menos uno lo espera, Dios nos abre los ojos para que veamos sus grandes maravillas.